sábado, 24 de marzo de 2012

Informativos Deformativos

No voy a hablar de la telebasura. Ni de la televisión en general. De esa que, lejos de la ya muy antigua de los años anteriores a la era digital, que pretendía fijar los gustos de la audiencia, se propone hoy en día explotar y halagar los gustos del respetable para ganar en la carrera de los índices de audiencia, ofreciendo al consumidor productos bastos, sin refinar (grandes hermanos, periodismo rosa, amarillismo, etc.) para satisfacer una necesidad de voyeurismo. No me gustaba aquella (por impositiva) ni esta (por populista y demagógica). Lo que quiero es denunciar el estado de los informativos de la televisión. Y no sólo de la española.

Los informativos de televisión tienen la capacidad (envidiada por la prensa escrita) de convocar a una misma hora a miles, millones de personas. Una convocatoria que reúne a personas de muy distinta índole y extracción social. Ante un consumidor así, y ante la presión del “share”, los productores de esos espacios y toda la cadena de valor de esa empresa (reporteros, locutores,…) deben observar ciertas precauciones: selección de noticias del gusto del consumidor (por no hablar del gusto de los anunciantes, patrocinadores, subvencionadores y dueños) y lenguaje neutro, homogéneo y homegeneizador y sin asperezas. La aritmética es simple: cuanto más amplio el público (el target), más simplón, plano y pueril el mensaje. No pueden perder clientes, ergo hay que evitar disensiones y escándalos evitando problemas.

De estas precauciones, estos resultados: telediarios que dejan complacidos a todos los clientes de forma sorprendente (tanto a intelectuales, políticos, burgueses, comerciantes, braceros del campo, sacerdotes,…) porque confirman cosas ya sabidas y porque dejan sin mácula las estructuras mentales de todos los espectadores.

Como además la “cosa sensacionalista” ha ganado terreno, la información seria ha claudicado y cedido terreno a deportes y sucesos, que se han impuesto en todos los canales y medios de comunicación, empujados por las demandas del público traducidas en cuotas de audiencia.

Por este fenómeno, el tratamiento de las noticias y la elección de lo que es noticiable está impregnado del sensacionalismo que antes estaba reservado a periódicos amarillos. Vemos así cómo se prima en portada un resultado deportivo antes que una hambruna en tal o cual país de Africa; se da relevancia a la visita de un jefe de estado antes que al análisis de la situación que provoca esa visita (en su país de procedencia o en el anfitrión); asistimos en tiempo real a pavorosas escenas de catástrofes naturales, de accidentes cada vez más sanguinolentamente explícitos, de atracos…, en definitiva, de todo lo que suscita instintos de curiosidad, voyeurísticos, y que no requieren del público competencia alguna.

Los sucesos (o el tratamiento de noticias importantes con ese sesgo) campan por sus fueros y por los fueros ajenos porque despolitizan. Lo reducen todo al cotilleo. Fijan y mantienen la atención del respetable en lo que está vacío de consecuencias políticas (incluso se llega a dramatizar cosas absurdas) para provocar “lecciones pertinentes” en “problemas sociales”. Y esta búsqueda de la vis sensacionalista lleva a la elección de sucesos que, demagógicamente, suscitan el mayor interés social (el secuestro de los niños de Córdoba, el affaire Duque de Palma, los casos de corrupción de la clase política, acciones de argelinos en la muy plural Francia, matanzas en Siria,…) y la mayor indignación popular, provocando movilizaciones sentimentales y caritativas, o puramente agresivas y cercanas al linchamiento simbólico (grupos estigmatizados) que terminan movilizando al pueblo en uno u otro sentido y elevando la intención de voto y la popularidad de candidatos en la cuerda floja (caso Sarkozy).

En un entorno periodístico o informativo determinado por el terror a ser aburrido  (que viene a ser perder cuota de pantalla o índice de audiencia), hay que interesar (divirtiendo) a cualquier precio.  Y siendo como es la política un tema aburrido o espinoso si se toca en profundidad y con respeto, siendo por tanto un espectáculo (término debordiano) poco estimulante –reconozcamos que cada vez menos estimulante, gracias a la paupérrima preparación de nuestros representantes-, los esfuerzos de los dirigentes televisivos (y su cadena de valor, repito) se encaminan a hacer de ello un espectáculo refrescante. Sustituyen entonces la información inteligente por la diversión (cada vez más programas de debate, cada vez más tertulias, la TDT party, etc.) con individuos (dicen que periodistas) dispuestos a todo, a hablar de todo y con todos.

Todo ello deviene en un espectáculo de simplificación aberrante y demagógica utilizado para proyectar las propias inclinaciones políticas de los medios y sus periodistas, lo que da paso al consabido combate (en lugar de privilegiar el debate), a la polémica (en lugar de a la dialéctica), al enfrentamiento personal (en lugar del enfrentamiento de argumentos). 
Resultado final: el consumidor, el espectador, tiene un conocimiento de la política y su mundo confinado a informaciones más próximas al cotilleo más procaz, a la intimidad (hedionda y sospechosa) del periodista con sus fuentes de información y a las confidencias que a un verdadero trabajo de investigación periodística objetiva.

Asistimos diariamente a un juego cuyos artífices están más preocupados por el juego y por los jugadores que por lo que está en juego. Más interesados en la forma que en el contenido. Mezclemos esto con la competencia (entre cadenas de TV y medios escritos y hablados), la obsesión por la primicia o exclusiva y el efecto “copia” (todos los telediarios cuentan lo mismo; algunos, audaces, cambian el orden de lo que cuentan) y tenemos el resultado: descrédito de la política en el mejor de los casos, y una despolitización global, en el peor de ellos.

Es aterrador. Pasan de un tsunami al último desfile de Armani, del hambre en Darfur a las polémicas declaraciones del Mourinho de turno, de la matanza de Siria a las estupendas tapas de Logroño, en una constante reducción al absurdo de lo que el instante permite ver al consumidor. Todo queda reducido al instante, a la actualidad. Las noticias vuelan separadas de sus antecedentes y de sus consecuentes generando en el receptor una absoluta falta de interés gracias al efecto de “imperceptibilidad” que deviene en una escandalosa amnesia estructural (o ausencia de esfuerzo para diferenciar lo importante de lo nuevo en un entorno instantáneo y discontínuo).

La falta de tiempo del receptor, la falta de conocimiento, la ausencia de documentación, la inexistencia de pensamiento crítico genera una transmisión de acontecimientos de forma opaca para él. Se genera un espacio en el que la ausencia del sentido histórico desemboca en unos telediarios caóticos, sucesión de historias absurdas e inconexas que acaban pareciéndose entre sí (se acaba teniendo la misma sensación de indignación por los muertos de Siria que por el arresto publicitario de Clooney o por la expulsión de su agencia de la top model que tenía dos centímetros más de los permitidos en la cintura), acontecimientos que surgen sin explicación y desaparecen de la misma forma sin que lleguemos a saber si se han solucionado. Libres (¿intencionadamente?) de carga política, generan tan sólo un pequeño interés (muy breve) humanitario.

Por tanto, el poco preparado espectador (la inmensa mayoría) termina teniendo una percepción del mundo como una absurda e inmensa sucesión de desastres respecto a los cuales no entiende nada y acerca de los cuales no cabe hacer nada. Ergo el mundo es un entorno de amenazas incomprensible y preocupante ante el cual lo mejor que se puede hacer es retirarse y protegerse. Resultado: miedo. Conclusión: manipulación. 
Si además nos sueltan unas gotas de desprecio racista, contribuirán al aumento de los terrores xenófobos (Francia, recientemente). O si refuerzan sabiamente la idea de que la violencia y la delincuencia son imparables (movimiento 15M, o movimiento Okupa, o…) nos provocarán la ansiedad y la fobia necesarias para temer por nuestra seguridad, lo que nos llevará a apoyar el mantenimiento del orden establecido, delegando absolutamente el juego político en los políticos profesionales. Además, cuanto más neoliberales y más feroces en sus formas externas sean nuestros representantes políticos, más confianza en recibir la seguridad prometida en sus hueras campañas electorales. De ahí el enorme empuje de la derecha más rancia y conservadora y su consiguiente éxito mundial.

El punto máximo de elasticidad de esta situación nos es desconocido. ¿Hasta cuándo permitiremos ser manipulados? ¿Cuándo dejaremos de ser rebaño? Ataquémosles donde más les duele. Exijamos informativos formativos e inteligentes. No les regalemos índices de audiencia hasta que recuperen su verdadera filosofía y ejerzan su auténtico cometido.

Existen otras vías para informarse.

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