sábado, 17 de diciembre de 2011

Excrementos del Leviatán

Ayer, mientras esperaba que mi mujer terminara de comprar una gasa para hacer el queso, fumaba apoyado en el frío granito de la fuente de la Plaza del Marqués de Pontejos, y observaba a pocos metros a un grupo de mendigos sentados en los bancos de madera, hablando entre ellos. Todos estaban borrachos. A sus pies, flores etílicas, crecían cartones vacíos de vino peleón que habían utilizado como combustible para defenderse de los escasos cinco grados de temperatura ambiente. Sucios, mal vestidos, tristes, apretados unos contra otros como animales dándose calor y refugio. Ancianos y jóvenes, edades indefinidas o camufladas por las agresiones de una vida a la intemperie, en conversación animada pero ininteligible para mí.

Allí estábamos. Ellos y yo. Solos. Yo observaba. Ellos me ignoraban. Y con su indiferencia me gritaban que algo no está yendo bien. Me hicieron recordar a Dante: sus círculos y sus recintos, sus fosas y las zonas del infierno. De ese infierno que como ellos, cada vez más, viven en la tierra. Y los vi cadáveres, muertos en el hueco de alguna escalera a causa del frío o del hambre. Víctimas propiciatorias sacrificadas a las exigencias del Leviatán hobbesiano. Héroes del ideal ascético. Silenciosos, sumisos, sin alternativas posibles. Fermento de rebelión.

Mendigos y vagabundos, vencidos de una lucha a muerte con ese Leviatán, contra esas fuerzas sociales y políticas. Personas que han huido del combate contra esos dioses para entregarse a ellos mismos en cuerpo y alma, al margen y con exclusión de toda lucha. Sucios, desgreñados, malolientes, vestidos de harapos, atados como paquetes y protegidos por un bricolaje/collage de residuos. Alimentados únicamente de alcohol, único manjar reconfortante a su alcance para enfrentar el frío, el hambre, la noche, la soledad, el abandono y el aislamiento.

Y pude observar también cómo los miraban los otros. Esos con abrigo de diseño y bufandas de cachemir cargados con bolsas de tiendas de lujo y con señoras con abrigos de pieles. Miradas esquivas, huidizas, repetidas y asustadas. Esas miradas que marcan la diferencia entre su yo y el de ellos. Y al unísono con esas miradas, esos rodeos para no entrar en contacto con el mismo aire que respiran o emanan, evitando así un posible contagio. O evitando la ofensa hecha a su verticalidad de homo sapiens por esa gentuza tan próxima ya a la horizontalidad en su retorno imparable a la animalidad que se adivina en ellos.

Y como tengo tiempo (mi mujer sigue en sus quehaceres), vuelvo a ellos. A los "sin-techo" (eufemismo creado por imbéciles que buscan exorcizar el término "vagabundo", como fórmula mágica que libera al significante de toda relación con el significado y manipula la realidad por medio de la semántica). ¿Qué han hecho para merecer estas penas infamantes? ¿Por qué se les niega toda apariencia humana y todo estatus de dignidad? ¿Cuál es su falta? No ser utilizados por la comunidad, ser rechazados para todo y en todas partes por inutilidad decretada.

Son "sin-techo" porque su único domicilio fijo es su propio cuerpo vivido como una maldición, como una perpetua ocasión de recriminaciones. Un cuerpo que hay que alimentar, vestir, proteger, calentar o refrescar. Un cuerpo que debería evitar tanto la violencia contra sí mismo como su canalización sobre los demás. Un cuerpo asustado que ve en todo lo externo un depredador en potencia, que teme las heladas, porque las heladas matan. Que redescubre la magia del fuego porque a través de él recupera simbólicamente el sentido del hogar. Un cuerpo que tiene que practicar la mendicidad en un giro arcaico a los tiempos ancestrales en los que para sobrevivir se cazaba, pescaba o recolectaba, para permitirse la nutrición pura y simple, que hay que repetir perpetuamente cada vez que el cuerpo grita sus necesidades. Personas obligadas a vencer a la nada, a la muerte, comida a comida y día tras día. Encerrados en la inmediatez, privados de futuro. Sintiendo el mañana como una amenaza.

Invasores de territorios en los que no molestan, que utilizan para conservar lo poco que aún les vincula con el mundo de los no condenados (papeles, objetos, fetiches). Por ello no aceptan verse despojados de toda su impedimenta (de lo que aún les resta de propio) por las instituciones "caritativas", que para admitirles les fuerza a separarse de todo ello, a abandonar su tiempo libre, su escasa autonomía, a desnudarse y a lavarse. Es decir, a renunciar a la poca libertad que aún les queda. Por ello eligen la calle. Es lo único que le queda al condenado al que le han quitado todo. Es un territorio hostil al que se enfrentan con un valor que pocos tendrían.

Y allí, en la calle, les vi ayer. Fue en Pontejos, pero podría haber sido en cualquier otro rincón. Cada vez son más. Cada vez serán (¿seremos?) más. Excrementos del Leviatán. Deyecciones de la máquina capitalista.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.

martes, 13 de diciembre de 2011

La vida en "Caja B"

De todos es conocido, gracias al telediario y demás medios de comunicación, que el hombre es una anomalía evolutiva. Capaz de lo mejor y de lo peor. Y es una lástima que la parte positiva cada vez sea más patrimonio de las historias del cine, con sus héroes abnegados y valientes capaces de entregar su vida por la defensa de sus convicciones e ideales. Me da la sensación de que a lo largo de la historia, se ha ido empañando la parte ética de nuestra especie con una veladura azul-oscura-casi-negra, hasta conseguir que nosotros mismos tengamos muy poca esperanza en nuestras propias calidades. Así las cosas, dejan de extrañarnos los más viles comportamientos, las reacciones más oscuras, los instintos más bajos, la maldad proteica del hombre. Hemos elevado a la categoría de héroes a los más deplorables villanos creándoles alter egos del estilo de Gordon Gekko, del Joker, de Rasputín. Y nos emocionamos hasta la lágrima furtiva cuando, excepcionalmente, asistimos a comportamientos heróicos y generosos, sin por ello evitar esa reflexión oculta de que todo es estéril, que tal o cual comportamiento es rara avis y que, al final, la maldad triunfará.

En estos momentos que estamos atravesando, en medio de esta ruina que nos acosa por doquier, en esta oportunidad que se nos ha dado para ser grandes, buenos y generosos, estamos asistiendo como espectadores privilegiados a esta inclinación generalizada al lado oscuro. En esta época que necesita de valentía, de generosidad, de solidaridad y de arrojo, nos estamos escondiendo detrás de la coyuntura, nos refugiamos detrás de la excusa y nos reafirmamos en la maldad, en la ruindad, en la ilegalidad.

Llevo dos meses y pico en el paro tras toda una vida en activo. Sesentaitantos días. Hemos tenido tiempo en casa para reestructurar nuestra vida. Eliminar gastos superfluos (que nunca tuvieron que ser), ajustar gastos necesarios (para qué tantas llamadas telefónicas inútiles, qué sentido tiene una casa a veintidós grados permanentemente, por qué hay que cenar o almorzar fuera de casa) y prepararnos para aguantar las embestidas de la inseguridad. Hemos hecho los deberes para, como Sócrates, poder exclamar cada vez que paseamos por nuestras estupendas calles comerciales y sus aberrantes escaparates que vomitan sus objetos de lujo expuestos para la venta: ¡Cuántas cosas hay que no necesitamos!  Nos estamos aplicando para que no nos afecte este nuevo estado. Somos buenos (o lo intentamos con todas nuestras fuerzas), somos moderados (forzosamente, aunque nunca fuimos derrochadores), somos dulces; capaces de estar contentos en la indigencia. Pero vemos los caracteres ávidos, envidiosos y perversos que nos rodean y compruebo que gente así nunca podrá estar satisfecha ni aún amasando todas las riquezas.

Me considero permanentemente dotado de una individualidad extraordinaria, espiritualmente superior. Puedo prescindir de la mayoría de los goces a los que los demás aspiran generalmente. No son (lo he entendido) más que un trastorno y un peso. Por tanto, empleo esta personalidad que tengo en mi provecho: no persigo sino las aspiraciones que me corresponden; no busco sino el desarrollo que me es apropiado evitando cualquier otro; no he escogido sino el estado, las ocupaciones y el género de vida que me conviene.

De ahí que, desde que me han regalado tiempo, haya decidido aprovecharlo para acometer proyectos que me había reservado para la jubilación: leer toda la filosofía, los ensayos y la poesía que tenía macerando en mi biblioteca esperando el tiempo necesario para su degustación; aprender a encuadernar mis amados libros para darles, por fin, el traje que merecen en reconocimiento a haberme hecho como soy; volver a mis pinceles, óleos y caballete por ver si consigo encontrar mi propio lenguaje pictórico...

Y en ello estoy. Apoyado y animado por mi mujer. Mi compañera. Mi aliada y cómplice. Ese ser de luz que brilla más cuanto más oscuro es todo alrededor.

Y hablaba de lo peor del hombre porque ha sucedido en estos dos meses y pico de parón laboral que he sido convocado en un par de ocasiones por empresarios que se interesaban por mis servicios. Gente seria y emprendedora que mediante opíparos almuerzos regados con vinos que yo ya no puedo comprar, han querido alquilarme sabiendo de mi reciente condición de disponibilidad. Entrevistas impecablemente llevadas, con exposición clara y detallada de mis obligaciones y de las expectativas que debo satisfacer, ilusionadoras en forma y fondo, globos de colores llenos de helio que se elevan y se mueven resplandecientes y que, con ruido atronador, reventaron a la misma altura: "por supuesto -dijeron mis dos ofertantes, cada uno a su manera- no podemos contratarte. Seguirías cobrando el paro y cada mes te abonaríamos tus servicios en "b". Entenderás que, por el momento, no podamos hacerlo legal. Es algo temporal. A ver si Rajoy termina de aclarar la reforma laboral y nos da un escenario sólido en el que plantearnos tu integración en la plantilla..."

¡Pum! El globo explota. Fraude, desfalco, chorizo, aprovechado, son palabras que se frenan en la barrera de mis dientes. Mi cara se transforma. La flojera se adueña de mis brazos. Pierdo el apetito y las ganas de seguir sentado enfrente de tales personajillos. Unos minutos más de charla intrascendente y excusas para desaparecer. Quiero volver a mi mujer. A mis libros, a mi pintura. No es así. No es así. El futuro no está claro. El fraude (el lado oscuro) nos rodea. ¿Qué estamos haciendo? ¿Dónde vamos?

De nuevo la estrategia del caracol. Seguiremos buscando gente buena. Deben estar por algún lado.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Vamos a parar esto

http://www.avaaz.org/es/save_the_amazon_a/?ckMVncb

Aquellos que lean esta bitácora, escriban a la sra. Rousseff. Paremos la destrucción de la Amazonia.

¿Es que no les da vergüenza?

La llamada de la tribu

Muy a menudo, durante la juventud temprana, uno se pregunta de dónde puede haber salido y por qué es tan diferente del resto de su familia. Son preguntas que surgen de forma automática cuando miras a tu alrededor. Las diferencias suelen comenzar con los gustos musicales. Mis preferencias por los Rolling Stones cavaron una brecha insalvable con mis hermanas, que siempre fueron más de los Beatles. A partir de alinearme con sus satánicas majestades ya nada fue igual. Los muros empezaron a elevarse y yo a quedarme aislado. Unas cosas llevaron a otras.

Las preguntas empezaron a surgir. A la misma velocidad y con la misma intensidad que la insatisfacción ante las respuestas que recibía. Comencé a buscar mis propias razones. Ante "verdades oficiales" sentía crecer en mí nuevas preguntas, cada vez más esquinadas, más angulosas, más intencionadas y más sutiles, que solían terminar en un "porque lo digo yo y punto", rematado con un "y si no estás de acuerdo, ya sabes dónde está la puerta"...

Y siempre supe dónde estaba. Así que decidí atravesarla. Desde aquel momento dejé de aceptar las cosas como querían dármelas. Seguí preguntando.

Me han invitado a un almuerzo familiar. Uno de esos extraños almuerzos en los que ya nunca coincidimos todos los miembros del clan porque somos muchos, porque vivimos muy alejados y porque (ellos) se han reproducido con fruición. Aún así se avecina una mesa larga y poblada.

Uno suele ir a esos encuentros con ánimos encontrados. Compartir con la familia es algo que primitivamente siempre deseo. Pasa tanto tiempo entre ocasión y ocasión que termino, indefectiblemente,  idealizándolo. Mi lado animal busca su manada. En el lado opuesto, la racionalidad de la experiencia provee todas las precauciones posibles: discusiones, encontronazos, descubrir la milonga del adeene compartido viendo al de enfrente tan distinto viniendo del mismo sitio, hace que prefiera evitar estos encuentros y seguir limitándome a la tarjeta navideña.

Así, entre animalidad (tribu) y racionalidad (mi yo) he resuelto el conflicto y allí vamos.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Cumpleaños feliz

Llevo despierto desde las cinco de la mañana. Levantado desde las seis y media. Cada vez duermo menos. Se me llena la cabeza de ideas y proyectos. Esta bitácora es uno de ellos, y hoy da comienzo.

Hoy, que es el cumpleaños de mi hijo pequeño. Dieciséis. O el año uno de su fase "pavo". Vamos, que entramos de lleno, su madre y yo, en el año dos. De regalo, el carné de conducir, un salvoconducto (cualquier cosa a comprar excepto videojuegos) del cortinglés y una tarjeta de amigo de algunos museos.

Le hemos despertado con un plato de magdalenas (de esas que su madre hace en casa) y sus regalos. Todo el amor del mundo para celebrar con él y hacerle ver que mientras dure esta fase difícil, seguiremos a su lado (por mucho que queramos salir corriendo). Que sabemos que, inexplicablemente, hemos pasado desde hace pocos meses de ser sus padres a ser esos individuos molestos, casi enemigos, que invaden la intimidad de su "cueva" atentando contra su recién descubierta libertad, organizadores de un tiempo que él quiere anárquico, vigilantes de unas obligaciones que ha descubierto artificiales e insoportables. Hoy hemos hecho el ritual de presentarnos su madre y yo de nuevo ante él para renovar, víctimas y blanco de sus juveniles iras, nuestros votos durante un año más. Para decirle que le esperamos, hasta ese momento en que nos redescubra y quiera volver.

Mientras tanto, luchan las hormonas en su interior y en su cabeza todo está nítidamente borroso y convulso.

Saldremos los tres a celebrarlo en unas horas. Mientras tanto, veré si puedo montar este blog y comenzar hoy mismo esta aventura.