martes, 13 de enero de 2015

Facebook es el triunfo de Platón

Internet es la verdadera caverna de Platón. Exige continuidad. Demanda dedicación. Envuelve y atrapa hasta hacerte vivir en su dimensión virtual. Llega a hacerte confundir lo virtual con lo real y nos convierte en consumidores continuos de ficciones. Vivimos en su ficción, somos parte de este Matrix y consideramos anómalos a aquellos de nosotros que se resisten a integrarse.

Las redes sociales son galerías inmovilizadas en las que cada usuario va configurando su pequeño panteón de mierda. En palabras de Zygmunt Bauman, "Facebook es esa red donde puedes tener cien mil amigos, cuando yo en ochenta y ocho años no he tenido más de quinientos. Pero triunfa porque la gente se siente sola, abandonada, y porque no son proletariado, sino precariado. Las redes dan la sensación de no estar tan solo, de formar parte de algo".

La ingenuidad de la gente hace que piensen que cualquier cosa que cuelga en su perfil va a ser contemplada por el mundo entero. Pero no es así: los demás están demasiado ocupados colgando sus cosas y lanzando sus tuits para molestarse en leer o ver las porquerías de los demás. Puerilización evidente del mundo, todos necesitamos testigos de nuestro paso por este valle de lágrimas a la manera del tierno infante que reclama la atención de sus mayores cuando se lanza cuesta abajo con su primera bicicleta. Como los niños, nosotros también necesitamos testigos de nuestro paso -anodino la mayoría de las veces- por este mundo. La inseguridad se ha apoderado de todos nosotros; ahora todos exigimos espectadores de todas nuestras acciones y la vulgaridad se ha apoderado del discurso subyacente.

Y me pregunto si quedará mucha gente que no necesite testigos. Y en mi metaduda me encuentro yo mismo usando de aquello que critico, esperando que alguien en alguna parte abra el corcho de esta botella. Que alguien desenrolle el papel y lea esta misiva de náufrago. Y que sirva a alguien.

Decía arriba que Facebook es la caverna de Platón. Que vemos, leemos, escuchamos y compramos lo que indican las sombras que se proyectan en sus paredes. Así, Zuckerberg ha lanzado un club de lectura que ha conseguido en los primeros días de existencia una afiliación de más de un cuarto de millón de cavernícolas. Su funcionamiento es sencillo: él, como hechicero y hombre medicina,  maestro de ceremonias, indica a la tribu el título a leer/comprar. Y la tribu le sigue fielmente. Nadie cuestiona su criterio. Nadie se hace preguntas. Incluso aparecen los buenistas de siempre que en un alarde de integración alaban la iniciativa del multimillonario de treinta años agradeciéndole su incentivación a la lectura a aquellos que no han visto un libro en su vida.

Cualquier título que elija será puesto en solfa, es evidente, pero me pregunto si importa algo la biblioteca que vaya construyendo. Si hemos de perder el tiempo analizando sus veleidades culturaloides. En el fondo da igual. Supongo que el muchachito se mueve por otras razones más acordes con la imagen que tenemos de él: en primer lugar debe ser espeluznante saberse conductor y guía de tantos miles de incautos; es un masaje en el ego que debe alimentar las extrañas baterías de estos personajes. En segundo lugar, parece una estupenda prueba de mercado para orquestar un plan de ataque a Amazon y quitarle a Jeff Bezos (otro hombre medicina de la caverna) algo de su cuasi monopolio. Podríamos apostar a que en un futuro no muy lejano, Facebook va a ser (también) una tienda de libros. Contra o con Amazon, eso lo dirá el devenir.

Y ahora, me gustaría ver cómo están reaccionando los críticos, periodistas y empresarios que trabajan en los suplementos culturales, en revistas del ramo, en webs de cultura,... Esa esquina de la caverna debe estar agitada. Muy revuelta. Pero no creo que estén pensando en salir al exterior. Dentro se está más calentito.