domingo, 25 de marzo de 2012

¿Hasta cuándo vamos a esperar?

El trabajador de esta época sufre por Platón. A causa de él. Y por el cristianismo, que bebe en sus fuentes. Con esos mimbres, el Capitalismo supo extraer el corpus ¿moral? suficiente para canibalizar como lo está haciendo la carne del proletario. Del currito. Nuestra carne, vamos.

Podríamos definir el propósito del Capitalismo, del Neoliberalismo, el dios Jano de dos caras, derecha y socialdemocracia, como el de la reducción a la mínima expresión de las necesidades del trabajador (y diciendo necesidades puedo decir derechos); la supresión máxima de sus placeres y/o pasiones y la condena a ser una máquina de carne y hueso que produzca sin tregua.

Todo ello, y no hay crítica sin autocrítica, no podría haber cristalizado en nuestro momento actual sin la abnegada colaboración de las clases trabajadoras que, engañadas por el espejismo del “estado del bienestar” proclamado de forma taimada y defendido por la socialdemocracia colaboracionista que tanto y a tantos moderados simpatizantes de izquierda ha engañado, creyeron en él y contribuyeron a la locura en que estamos ahora inmersos. La  aparente pasividad del liberalismo económico en los últimos veinte años (derrotado, que no vencido) que significó la arrolladora implantación de regímenes socialdemócratas nació la locura de las clases trabajadoras, que aprendieron a amar el trabajo hasta agotarse en él, en pos de unas promesas de “bienestar” que no eran sino una trampa (la “sociedad del espectáculo” de Debord).

Y aquí estamos. Rodeados de complacidos votantes mayoritarios de la derecha, que buscan en el veneno el remedio contra el envenenamiento, haciendo fuerte al sistema que ha hecho del trabajo la causa de todas las degeneraciones intelectuales y orgánicas que sufrimos en la actualidad. Trabajadores votantes en la actualidad de la derecha más reaccionaria y revanchista, que siguen traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, cambiando su voto y pervirtiéndose así por el dogma del trabajo. El que tienen. El que han perdido. El que están buscando. El que no llega. Sin darse cuenta de que todas las miserias individuales y colectivas que estamos sufriendo proceden de la pasión que muestran por el trabajo.

Irónica contradicción. Apasionados por lo que más frena las pasiones más nobles del hombre. Haciendo bueno a Napoleón cuando decía aquello de que “cuanto más trabaje mi pueblo, menos vicios habrá”. Trabajamos para que aumente la miseria y la dependencia del trabajo. Convertimos la miseria en el dios absoluto, en la ley máxima. Esa miseria que es sinónimo de hambre, hambre que deviene en presión pacífica, silenciosa, incesante y que termina siendo la motivación más limpia, natural y lógica para entregarnos con la cabeza gacha y vencidos al trabajo, a la fábrica, al taller. Estrategia triunfadora del Capitalismo, del Neoliberalismo, de los Mercados: teniendo al hambre como aliado, se evitan tener que promulgar antipopulares leyes que generarían penas. Penas que desembocarían en violencia. Y hay que evitar el ruido. Podría despertarles por la noche, mientras duermen en sus mullidos colchones, con sus pijamas de diseño, al lado de sus mujeres de diseño, en sus urbanizaciones de lujo.

Y así, se trabaja sin cesar. Se trabaja para aumentar la riqueza social (dicen los que confunden las grandes palabras con sus particulares prebendas y sus muy secretas cuentas bancarias en el extranjero) aumentando las miserias individuales. Se trabaja sin cesar para aumentar la pobreza; de esa manera nos dan más razones para seguir trabajando; de tal forma que en nuestro haber sólo vemos incrementarse la miseria y el endeudamiento.

Gran jugada del Mercado. Sus gurús, sus economistas, sus intelectuales (si en la derecha puede encontrarse tal adjetivo, que yo cambiaría por tácticos o estrategas) han conseguido que los currantes se hayan entregado en cuerpo y alma al vicio del trabajo. Se inventaron los mandos intermedios y las escalas, y les hicieron creerse la fábula de la lechera. Nos han conducido repetida y sistemáticamente a crisis industriales y financieras que han convulsionado (repetida y sistemáticamente) el organismo social. Han, hemos, producido. Producimos en tal exceso que ya hace tiempo los excedentes eran difíciles de colocar: no había tantos compradores. Eso provocaba cierres de empresas, que excretaban heces (parados), que pasaban hambre. Sorprendentemente, ese exceso de trabajo que causaba la miseria del trabajador, se imponía durante los ciclos de (supuesta) prosperidad.

Y los trabajadores, de nuevo equivocados, en vez de aprovechar estos momentos de crisis para forzar una distribución general de los productos y servicios que hemos fabricado, buscando un merecido disfrute general, nos limitamos a llamar, tímidos y desesperanzados, a las puertas de los despachos de recursos “humanos” pidiendo (con las orejas muy gachas) una oportunidad al patrón. Vendemos nuestra fuerza de trabajo (sin límite de horas o días) por la tercera parte del precio que cuando teníamos un mendrugo de pan que llevarnos a la boca. Y los patronos, complacidos, misericordiosos, buenos como son, se aprovechan de la situación tan arduamente planificada por ellos mismos y, tras conseguir ayudas económicas de gobiernos y banca (con la promesa de fomentar empleo) se aprovechan del desempleo para fabricar más barato.

Y estas crisis que siguen forzosamente a los períodos de bonanza, además de traer un desempleo forzoso y una miseria sin salida, acarrean también la bancarrota económica, progresista y moral de todos los países. La Derecha, el Mercado, es inteligente. Ya no se viste de azul. Ya no se distingue. El microfascismo es la clave. Se imbrica en todos los intersticios de la vida. Está al acecho. Y en cuanto ve la ocasión, ataca. Y no le importa perder aparentemente terreno (las conquistas sociales del proletariado); no le importa tardar (pueden transcurrir décadas en la sombra); en cuanto tienen la oportunidad (o la fabrican, como en esta crisis), recuperan el terreno perdido transmitiendo consignas revanchistas a los gobiernos títeres que ellos mismos van paulatinamente aupando en cada país. ¿Les hemos tenido engañados y despistados pensando que ganaban terreno –leyes para regular la interrupción del embarazo, leyes para regular el matrimonio del mismo género, leyes para mejorar la asistencia sanitaria universal, el acceso a la educación, etc. –?, déjales. En cuanto se sientan seguros, lo cambiamos todo. Es sólo esperar. Las mayorías absolutas sirven para eso.

Y tenemos que pararlo. Debemos tomar, los trabajadores, conciencia de nuestra fuerza. Es preciso que dejemos de lado los prejuicios platónicos de la moral cristiana, económica y librepensadora. Retornemos a nuestro estado natural. Liberemos nuestros instintos. La moral que nos han inculcado es perversa. El trabajo desenfrenado es una plaga. La más terrible con la que se puede haber castigado a la humanidad. Existen medios y fórmulas para reducir las jornadas laborales. Para dar el tiempo libre necesario a los ciudadanos para experimentar los placeres del ocio. Los placeres beneficiosos para nosotros como organismo que derivarán en un corpus social placentero.

Y para no caer en el ludismo, debemos abandonar esos prejuicios. De ellos se deriva la identificación de la máquina como enemiga. Ese error en el que intencionadamente nos hicieron caer creando en nosotros una pasión tan ciega, perversa y homicida por el trabajo que creímos vencer si competíamos contra ellas. Por ese error, nos hicimos sus esclavos y las transformamos en los peores instrumentos de esclavitud para los hombres libres. Emprendimos una ciega y loca carrera para competir contra ellas. Teníamos que superarlas. Teníamos que producir más. Y conseguimos empobrecernos más. El error fue persistir en el error a medida que ellas se perfeccionaban.

Su perfección contribuía a destruir el trabajo humano de forma rápida y precisa. Nuestro error fue no tomar provecho de ello prolongando nuestro descanso en la misma medida que ellas aprendían a hacer (mucho mejor) nuestro trabajo. Todo lo contrario, redoblamos (al mismo precio) nuestro esfuerzo por querer competir contra ellas.

Aún así, para no dejar resquicio posible de salvación al trabajador, el Mercado tomó la decisión de alienar a los trabajadores en aquella situación en la que, liberados de la opresión del entorno laboral, creían estar libres; creían ser dueños de sí mismos. Y con la habilidad que le caracteriza, el Capital creó un nuevo modo de alienación de los trabajadores fuera del tiempo de trabajo, colonizando el tiempo de ocio. El objetivo: expropiar el tiempo total de vida del trabajador, puesto que el ocio puede generar también plusvalías valiosísimas al Mercado, convirtiéndoles en masa de consumidores pasivos y satisfechos (espectadores, diría de nuevo Debord, que asisten a su propia enajenación sin oponer resistencia alguna). Por tanto, se crea una industria de entretenimiento para rentabilizar (con altísimo aprovechamiento) el poco ocio de que puede disponer un trabajador. Resultado: productos de “cultura-basura” que son percibidos (a través de un potente aparato publicitario) como absolutamente necesarios para ser reconocido como un “ser humano competente” con una riqueza aparente (proliferación de iGadgets) en el corazón más profundo de la verdadera miseria de la vida cotidiana.

Salgamos de ese círculo. Reclamemos el derecho a vivir. Rechacemos los mecanismos que nos seducen para “pasar el rato” (un pasar el rato alienante que nos impide vivir) y no para ser nosotros mismos. Para aprendernos. Para sabernos. Para conocer a nuestros familiares y amigos. Para adquirir conocimiento y pensamiento crítico.

Estoy hablando de una nueva revolución. Una nueva revolución de los trabajadores. Propugno el control de mi propia vida. Lucho contra la cotidianidad. Pero de esa revolución hablaremos en otra entrega.

sábado, 24 de marzo de 2012

Informativos Deformativos

No voy a hablar de la telebasura. Ni de la televisión en general. De esa que, lejos de la ya muy antigua de los años anteriores a la era digital, que pretendía fijar los gustos de la audiencia, se propone hoy en día explotar y halagar los gustos del respetable para ganar en la carrera de los índices de audiencia, ofreciendo al consumidor productos bastos, sin refinar (grandes hermanos, periodismo rosa, amarillismo, etc.) para satisfacer una necesidad de voyeurismo. No me gustaba aquella (por impositiva) ni esta (por populista y demagógica). Lo que quiero es denunciar el estado de los informativos de la televisión. Y no sólo de la española.

Los informativos de televisión tienen la capacidad (envidiada por la prensa escrita) de convocar a una misma hora a miles, millones de personas. Una convocatoria que reúne a personas de muy distinta índole y extracción social. Ante un consumidor así, y ante la presión del “share”, los productores de esos espacios y toda la cadena de valor de esa empresa (reporteros, locutores,…) deben observar ciertas precauciones: selección de noticias del gusto del consumidor (por no hablar del gusto de los anunciantes, patrocinadores, subvencionadores y dueños) y lenguaje neutro, homogéneo y homegeneizador y sin asperezas. La aritmética es simple: cuanto más amplio el público (el target), más simplón, plano y pueril el mensaje. No pueden perder clientes, ergo hay que evitar disensiones y escándalos evitando problemas.

De estas precauciones, estos resultados: telediarios que dejan complacidos a todos los clientes de forma sorprendente (tanto a intelectuales, políticos, burgueses, comerciantes, braceros del campo, sacerdotes,…) porque confirman cosas ya sabidas y porque dejan sin mácula las estructuras mentales de todos los espectadores.

Como además la “cosa sensacionalista” ha ganado terreno, la información seria ha claudicado y cedido terreno a deportes y sucesos, que se han impuesto en todos los canales y medios de comunicación, empujados por las demandas del público traducidas en cuotas de audiencia.

Por este fenómeno, el tratamiento de las noticias y la elección de lo que es noticiable está impregnado del sensacionalismo que antes estaba reservado a periódicos amarillos. Vemos así cómo se prima en portada un resultado deportivo antes que una hambruna en tal o cual país de Africa; se da relevancia a la visita de un jefe de estado antes que al análisis de la situación que provoca esa visita (en su país de procedencia o en el anfitrión); asistimos en tiempo real a pavorosas escenas de catástrofes naturales, de accidentes cada vez más sanguinolentamente explícitos, de atracos…, en definitiva, de todo lo que suscita instintos de curiosidad, voyeurísticos, y que no requieren del público competencia alguna.

Los sucesos (o el tratamiento de noticias importantes con ese sesgo) campan por sus fueros y por los fueros ajenos porque despolitizan. Lo reducen todo al cotilleo. Fijan y mantienen la atención del respetable en lo que está vacío de consecuencias políticas (incluso se llega a dramatizar cosas absurdas) para provocar “lecciones pertinentes” en “problemas sociales”. Y esta búsqueda de la vis sensacionalista lleva a la elección de sucesos que, demagógicamente, suscitan el mayor interés social (el secuestro de los niños de Córdoba, el affaire Duque de Palma, los casos de corrupción de la clase política, acciones de argelinos en la muy plural Francia, matanzas en Siria,…) y la mayor indignación popular, provocando movilizaciones sentimentales y caritativas, o puramente agresivas y cercanas al linchamiento simbólico (grupos estigmatizados) que terminan movilizando al pueblo en uno u otro sentido y elevando la intención de voto y la popularidad de candidatos en la cuerda floja (caso Sarkozy).

En un entorno periodístico o informativo determinado por el terror a ser aburrido  (que viene a ser perder cuota de pantalla o índice de audiencia), hay que interesar (divirtiendo) a cualquier precio.  Y siendo como es la política un tema aburrido o espinoso si se toca en profundidad y con respeto, siendo por tanto un espectáculo (término debordiano) poco estimulante –reconozcamos que cada vez menos estimulante, gracias a la paupérrima preparación de nuestros representantes-, los esfuerzos de los dirigentes televisivos (y su cadena de valor, repito) se encaminan a hacer de ello un espectáculo refrescante. Sustituyen entonces la información inteligente por la diversión (cada vez más programas de debate, cada vez más tertulias, la TDT party, etc.) con individuos (dicen que periodistas) dispuestos a todo, a hablar de todo y con todos.

Todo ello deviene en un espectáculo de simplificación aberrante y demagógica utilizado para proyectar las propias inclinaciones políticas de los medios y sus periodistas, lo que da paso al consabido combate (en lugar de privilegiar el debate), a la polémica (en lugar de a la dialéctica), al enfrentamiento personal (en lugar del enfrentamiento de argumentos). 
Resultado final: el consumidor, el espectador, tiene un conocimiento de la política y su mundo confinado a informaciones más próximas al cotilleo más procaz, a la intimidad (hedionda y sospechosa) del periodista con sus fuentes de información y a las confidencias que a un verdadero trabajo de investigación periodística objetiva.

Asistimos diariamente a un juego cuyos artífices están más preocupados por el juego y por los jugadores que por lo que está en juego. Más interesados en la forma que en el contenido. Mezclemos esto con la competencia (entre cadenas de TV y medios escritos y hablados), la obsesión por la primicia o exclusiva y el efecto “copia” (todos los telediarios cuentan lo mismo; algunos, audaces, cambian el orden de lo que cuentan) y tenemos el resultado: descrédito de la política en el mejor de los casos, y una despolitización global, en el peor de ellos.

Es aterrador. Pasan de un tsunami al último desfile de Armani, del hambre en Darfur a las polémicas declaraciones del Mourinho de turno, de la matanza de Siria a las estupendas tapas de Logroño, en una constante reducción al absurdo de lo que el instante permite ver al consumidor. Todo queda reducido al instante, a la actualidad. Las noticias vuelan separadas de sus antecedentes y de sus consecuentes generando en el receptor una absoluta falta de interés gracias al efecto de “imperceptibilidad” que deviene en una escandalosa amnesia estructural (o ausencia de esfuerzo para diferenciar lo importante de lo nuevo en un entorno instantáneo y discontínuo).

La falta de tiempo del receptor, la falta de conocimiento, la ausencia de documentación, la inexistencia de pensamiento crítico genera una transmisión de acontecimientos de forma opaca para él. Se genera un espacio en el que la ausencia del sentido histórico desemboca en unos telediarios caóticos, sucesión de historias absurdas e inconexas que acaban pareciéndose entre sí (se acaba teniendo la misma sensación de indignación por los muertos de Siria que por el arresto publicitario de Clooney o por la expulsión de su agencia de la top model que tenía dos centímetros más de los permitidos en la cintura), acontecimientos que surgen sin explicación y desaparecen de la misma forma sin que lleguemos a saber si se han solucionado. Libres (¿intencionadamente?) de carga política, generan tan sólo un pequeño interés (muy breve) humanitario.

Por tanto, el poco preparado espectador (la inmensa mayoría) termina teniendo una percepción del mundo como una absurda e inmensa sucesión de desastres respecto a los cuales no entiende nada y acerca de los cuales no cabe hacer nada. Ergo el mundo es un entorno de amenazas incomprensible y preocupante ante el cual lo mejor que se puede hacer es retirarse y protegerse. Resultado: miedo. Conclusión: manipulación. 
Si además nos sueltan unas gotas de desprecio racista, contribuirán al aumento de los terrores xenófobos (Francia, recientemente). O si refuerzan sabiamente la idea de que la violencia y la delincuencia son imparables (movimiento 15M, o movimiento Okupa, o…) nos provocarán la ansiedad y la fobia necesarias para temer por nuestra seguridad, lo que nos llevará a apoyar el mantenimiento del orden establecido, delegando absolutamente el juego político en los políticos profesionales. Además, cuanto más neoliberales y más feroces en sus formas externas sean nuestros representantes políticos, más confianza en recibir la seguridad prometida en sus hueras campañas electorales. De ahí el enorme empuje de la derecha más rancia y conservadora y su consiguiente éxito mundial.

El punto máximo de elasticidad de esta situación nos es desconocido. ¿Hasta cuándo permitiremos ser manipulados? ¿Cuándo dejaremos de ser rebaño? Ataquémosles donde más les duele. Exijamos informativos formativos e inteligentes. No les regalemos índices de audiencia hasta que recuperen su verdadera filosofía y ejerzan su auténtico cometido.

Existen otras vías para informarse.

jueves, 15 de marzo de 2012

Bucólica y virgílica

A estas alturas de la vida uno ya aspira a cosas simples como ser decente, estar delgado, poder disfrutar cada noche del cuerpo y del espíritu de tu mujer, elegir cuidadosamente los alimentos que quieres y no dejarte sorprender por el cambio de las estaciones. Tener tus libros a mano, poder pasear la vista por sus lomos, sentir su llamada y, al abrirlos al azar, dejándote envolver por el aire que atraparon entre sus hojas en aquél instante pasado en que los abriste por última vez, reconocer su alma como la de aquel amigo al que perdiste el rastro, como la de tu perro, que ya no está contigo pero que seguro sigue persiguiendo mirlos o gaviotas en otros jardines o en otras playas. Poder escuchar tus viejos discos cuando quieras, alternando sin orden jazz, ópera o boleros, organizándolos una y otra vez con un estudiado orden que sólo tú conoces. Dejar vagar la vista cansada por tus cuadros, serigrafías, litografías, acuarelas, óleos o collages que tan afanosa y costosamente reuniste en lo que ahora, un poco pretenciosamente, llamas tu colección de arte. Girar la cabeza hacia el jardín, rebosante de verde y contemplar la sabiduría leñosa y áspera de los olivos que tienes enfrente y pensar que hace doscientos años ellos ya eran, y tú no. Que pasarán las pasiones, los ideales, las políticas, las religiones y las revoluciones; que morirán los líderes políticos, y los espirituales; que caerán multinacionales y se levantarán otras nuevas y ellos, mis olivos, seguirán ahí, testigos divertidos y reflexivos de la pequeña estupidez humana.

Esperar a esta noche, como cada noche, a ungirme de amor y arrebato en ella. Descubrir su cuerpo otra vez, besar de nuevo, por primera vez, cada milímetro de su piel canela, piel de india, olor de amazona del Amazonas, atisbar pasados de esclavitud en su fisonomía, negra de mi alma, preta de mi corazón, pantera elegante y enigmática, que cada noche, abierta en flor para mí, me da una pista más para terminar de descubrir, de una vez por todas, los arcanos del amor. De este amor tan absoluto, tan radical, tan único. Sentirla abierta por mí y poder aspirar sus efluvios de selvas, de palacios, de senzalas, tan penetrantes como enigmáticos como adictivos como atrayentes... Oirla gritar gritos de tiempos inmemoriales, sonidos guturales de pasados remotos, exclamaciones que me erizan el vello y me excitan hasta el paroxismo.

Puede que mi juventud haya huido hacia otras playas, hacia otros cuerpos, pero, aún así, hoy como ayer, levanto mi copa de vino y brindo. Que nadie llore por los días perdidos, por los placeres que no sacrificó a la prudencia, por los impulsos que no se ahogaron. Brindo por la hermosura de mi mujer. Por la memoria de las horas que hemos pasado y que pasaremos juntos. Brindo por las verduras que como, por el vino que bebo, por la poesía que leo, por el sol del que me protejo con mi sombrero de paja, por el Mediterráneo en mi ventana, por la luz del aceite de olivo, por mi presente y por mi futuro. Brindo por estos momentos de inmortalidad.

Libros. Libros

Estoy frente al mar. En un día gris perla, pesado, de aire eléctrico o viciado, no sabría definirlo bien. Un día en que el horizonte no existe o parece estar enfrente de nosotros al alcance de la mano porque el cielo y el mar se han mimetizado, produciendo la ilusión de poder alcanzarlo. Una sensación que hace volar mi mente...

-"¡Te echo una carrera hasta la raya!".

Remembranzas de mi niñez, juegos con mis hermanos en playas siempre mediterráneas, siempre calientes, siempre confiadas. Recuerdos de piel quemada invariablemente. Olor de loción reparadora y del frío que sentía cuando mi madre me la aplicaba, amorosamente. Oscuridades artificiales de viejas persianas verdes para dormir obligado una siesta a la que siempre me resistía pero en la que caía tarde tras tarde, dándole la razón a esa madre protectora y vigilante. Desayunos de pan caliente y azúcar impregnado de aceite de oliva. Dulzor del cacao mezclado con aquella leche fuerte, recia, verdadera. Una leche que no he vuelto a probar. Almuerzos con papá. Sorprendentemente con papá. Sorprendentemente familiares en sabores y texturas, porque siempre fueron vacaciones para todos menos para mamá, que seguía oficiando los mismos milagros cotidianos aunque los fogones fueran distintos. Pobre mamá. Y para ella también eran vacaciones. Siempre conformándose. Siempre estricta. De sonrisa difícil.

Y la temida hora del trabajo escolar. Gracias a mi pereza, a mi repulsión al dogma escolar, año tras año conseguía amargar un punto la armonía familiar cosechando fracasos matemáticos de forma matemática que, como una mochila, llevaba conmigo a cualquiera fuera el rincón que mis padres buscaran para su solaz anual. Persistentes esfuerzos para despistar, para evitar la odiada hora del trabajo de recuperación. Esa hora que no pasaba nunca. Ese reloj que se ablandaba hasta el punto de atrapar en su viscosidad al minutero, inmóvil, muerto. Excusas fantásticas que rebotaban siempre en el muro materno que, sin bajar la guardia, vigilaba el cumplimiento de mis obligaciones. El olor de esos cuadernos, de esos libros producidos y comercializados por ogros y otros monstruos odiosos que hacían del sufrimiento estival infantil un mercadeo indigno, llena hasta hoy mis narices. Lecciones explicadas por papá barnizadas por su decepción al comprender que su primogénito nunca tendría la capacidad de desarrollar una comprensión matemática de la vida. Decepción acendrada por el hecho de entender que la docencia jamás sería una de sus cualidades. Y siempre, invariablemente, la suma de esos factores daba como resultado las pequeñas tragedias cotidianas que hacían aparecer el oráculo de futuros fracasos académicos que terminarían convirtiéndome poco menos que en un pordiosero, o vagabundo, o mendigo, o inútil. Tales eran las predicciones de mi madre, siempre de ella, puesto que mi particular profesor hacía mutis en busca de una televisión en la que ver el partido de fútbol de turno.

Pero yo sabía que siempre, una vez amainada la tormenta, podría volver al mar. Y que siempre podría encontrar en su contemplación el refugio ante tamaña catástrofe futura. Oyendo sus olas me volvía Sandokán y sabía que los Mares del Sur serían mi destino. Tendría una tripulación fiel de piratas malayos y viviría del saqueo y rapto de princesas portuguesas. Otras veces era el Corsario Negro, ayudando al Guerrero del Antifaz en su sempiterno rescate de doña Ana María. Y cuando algún ramalazo de Peter Pan hacía su presencia, entonces era un Capitán de Quince Años, al mando de un barco velero buscando una Ballena Blanca antes de que Achab hiciera de las suyas. Fértil mezcla de fantasías y lecturas... Porque esa era mi vocación. Mi afición. Mi pasión. Mi futuro. Leer. Vivir aventuras y viajar a rincones lejanos e ignotos. Sentir en mi pelo largo el viento de las praderas mientras mis pies hollan, silenciosos, las altas hierbas en las que rumian bisontes que próximamente me servirán para levantar un tipi y comer una sabrosa y dura carne. Ser Uncas, amigo de Ojo de Halcón sintiéndome el último de una estirpe de guerreros orgullosos y salvajes. Siempre estuve del lado de los pieles rojas. Su comunión con la naturaleza, su sencillez, su determinación para seguir adelante a pesar del sistemático exterminio al que estaban sometidos, su nobleza de raza extinta o por extinguir, todo ello inclinaba la balanza de mis afectos. Incluso hubo un momento en que entendí a Magüa, el hurón, en su errático comportamiento, que no era, lo entendí mucho más tarde, más que una actitud revolucionaria digna de encomio si la comparamos con las educadas maneras de los refinados generales franceses e ingleses.

Viajar. Transportarme. Aprender de otros sitios, de otras gentes. Acompañar, como Passepartout, a Phileas Fogg o, mejor, ser Phileas Fogg mismo, encontrando soluciones, aplicando inventiva y manteniendo una flema que, ahora lo sé, jamás tendré. O como Huckleberry Finn, vivir en el Mississippi, oler el vapor de los barcos que surcan arriba y abajo sus aguas. Tener un amigo como Tom y hacerle la vida imposible al malencarado del Indio. O, en homenaje a mi primer libro regalo de mis padres, a esa novela de London, adoptar un cachorro de lobo sin saber nunca quién adopta a quién. Y correr sin freno por las blancas sendas del Yukón comprobando que no existe mayor fidelidad que la que proviene de la irracionalidad de un perro. Que no hay mayor prueba de afecto que sentir la humedad fría de la trufa de tu perro cuando busca tu caricia mientras estás sentado leyendo, alejado de todo, olvidado por todos, habiéndolo olvidado todo.

Libros. Libros. Mi pasión. Mi amor. El único equipaje a lo largo de mis viajes. Yo, que como Alberti postulé que hay que vivir desnudo, ligero de equipaje como los hijos de la mar, me doy cuenta de que mi movilidad física se ve imposibilitada por la ingente cantidad de palabras que llevo conmigo. Libros que son impedimenta pero que por otro lado me dieron las alas que ahora tengo, instrumentos que me elevan, que me sustraen de la basura que me rodea. Aquello que me sujeta a los espacios físicos me da la leveza suficiente para volar.

Y por ellos, por los libros, llego a la belleza. A comprenderla, a buscarla, a hacer de ella la pauta de mi existir. Esa belleza que se oculta tras las cosas. La que no es evidente más que para los iniciados. Una cualidad que en los tiempos que corren se empeñan en hacer desaparecer. Esa que se resiste a los ataques y que pervivirá siempre.

La Vida como ella es

Los minutos pasan inexorablemente. Llevo vividos veinticinco millones y bastantes cientos de miles de ellos. El tiempo, enemigo y aliado, golpea rítmicamente, obstinadamente, arrugando el alma y la ilusión. Secarse, hasta convertirse en un embutido de dudosa calidad según pese la mochila de pecados, crímenes y otras lujurias sufridas, o disfrutadas, que todos llevamos a la espalda. Comprobar que las lecciones no se aprenden si no se viven. Que los ejemplos no sirven si no se personifican. Que es necesario sangrar la propia sangre para adquirir experiencia. Y que el sangrado no cesa. No coagula nunca. Que la sangre que derramas y que empapa la tierra del suelo es tu vida.

No alcanzar nunca la imperturbabilidad. El estoicismo que trabajas en los momentos de mayor sabiduría se desvanece como una pavesa crepitante en la chimenea cuando llegan los conflictos. Correr como un poseso en pos del ascetismo más blanco, empezando desde muy adentro, desde las tripas. Seleccionar mucho los alimentos, despreciando las elaboraciones más sofisticadas, llegando a descubrir que la filosofía más profunda no es nada si la comparas con el brillo de un tomate recién cogido de tu huerta. Reencontrarte con los sabores de tu niñez. Aquellos que acompañaron tu aprendizaje, que dieron trasfondo a tus primeras decepciones, que se hicieron amargos y ácidos cuando descubriste que dentro llevas, llevamos, un Caín y que serías capaz de romperle el cráneo a tu hermano; sabores que se hicieron agridulces con las erecciones más tempranas. Aquellas que te hicieron vislumbrar, presentir el lobo en tí, siempre rastreando, a partir de la máxima revelación del infecundo zumo de tus entrañas, cervatillas palpitantes a las que acosar y derribar, saciando en esa caza el sempiterno instinto en rituales licantrópicos de éxtasis y sangre.

Redescubrir las más tiernas verduras, los potajes que de niño rechazabas de mano de tu madre y que ahora buscas buscando volver atrás en el tiempo. Abandonar los perifollos, adornos y enfeites con los que te camuflaste durante toda la vida para, en nombre de la más sabia ascesis, reencontrarte a ti mismo envuelto en la sobriedad elegante de blancos algodones y linos. Tener al mar como principio y fin de cada día, descubriendo su cambiante azul en cada curva y recodo del camino que te lleva y te trae. Alcanzar el nirvana oyendo las chicharras y los mirlos o mientras el sol se esfuerza por derretir el sombrero de paja que te cubre las sienes. Fundirte en prolongada contemplación de lagartijas que se hinchan y deshinchan levitando sobre las piedras calientes del suelo de tu terraza, robándoles el calor. Sentir cómo tus pies se expanden, libres de las ataduras de los zapatos de diseño, envueltos en sandalias de reminiscencias grecolatinas. Revisitar los clásicos y descubrir de su mano que toda la literatura moderna no es más que una enorme nota a pie de página de los autores griegos y latinos. Emborracharte acompañado de Virgilio, regando el gaznate con vino de cepas viejas, quizás anteriores a la filoxera, quizás plantadas por algún liberto que pensó en mí, en que yo bebería hoy sus caldos. Navegar por los mares de la imaginación junto a mi amigo Corto, descubriendo que la amistad puede no ser lo que te contaron o que la Historia puede tener muchas lecturas, todas inteligentes, todas creíbles.
Reconciliarte contigo mismo, viviendo el amor con amor por vez primera, con tranquilidad por primera vez, con pasión como nunca, con la sabiduría necesaria para no matarlo, para no maltratarlo, haciendo que dure enternamente, amando el amor. Amando a tu amor.

Desear reconciliarte con tus enemigos, sabiendo que nunca estuvo en tu ánimo tenerlos como tales. Que el único pecado que cometiste fue vivir. Que en el ejercicio de la vida fuiste torpe, pero no malo. Arrogante, pero no altivo. Agresivo, pero no insultante. Infiel, pero no mentiroso. Que sólo viviste. Que siempre intentaste reparar tus errores.

Te gustaría brindar por todos y con todos y explicarles. Hacerles entender. Que supieran que podríamos compartir un banquete alrededor de una mesa en petit comité, pues no son tantos, y brindar por nuestras ofensas, lavándolas con vino rojo. Procurar un espacio de entendimiento y perdón, aliviándonos mutuamente del peso de las torpezas cometidas.

Recuperar la familia para disfrutarla como en aquél instante justo, aquél momento preciso en que todo comenzó a torcerse, a equivocarse. Reír junto a tus hermanos, con la boca llena, despreocupados, junto a tus padres. Libres de decepciones o rencores; de cosas dichas o calladas; de ignorancias; de juicios. Apartar roles, posturas, máscaras, silencios. Abrazarnos. Llorar juntos. Ungirnos de perdón y amor antes de que la Dama nos haga incompletos. Perdonarnos nuestros errores y nuestros aciertos. Perdonarnos nuestras envidias. Olvidar nuestra miopía. El egoísmo de no permitir al de enfrente ser diferente, crecer de forma diferente, pensar de forma diferente.

Elogio del Gris

Todo es gris. El cielo, el mar, la arena de la playa, el aire que nos envuelve, las piedras... Vivir cerca del mar confiere a los días tonalidades tan sorprendentes que les dan el poder de modificar tu ser interior. Existen días tan azules, que te llenan de tanta energía y alegría que uno se pregunta de dónde coño sacaron los ingleses esa identificación entre azul y tristeza. Quizá por eso vienen en hordas a nuestras playas. Para demostrarse a sí mismos que el azul es el estado de la añoranza, de su añoranza, por el cielo que nunca tendrán allí. Para los alemanes estar azul es estar borracho como una cuba: Mallorca, Ibiza, Levante,... Buscan nuestro azul como buscan la cerveza o el vino rosado que ingieren en cantidades asustadoras: para bebérselo hasta el infinito y así entrar diariamente, durante sus vacaciones, en el Valhalla prometido. Los puritanos americanos utilizan el azul como sinónimo de obscenidad, los rusos para eufemizar la homosexualidad...

Aquí, en el Mediterráneo, los latinos empleamos el azul para hablar de plenitud, de vitalidad, de luz, de energía, de alegría, de cuerpos desnudos que se dejan abrazar por la brisa del levante o quemar por el poniente. De paellas o sardinas asadas, de castillos de arena, de olor a algas pudriéndose después de los temporales, de luz blanca y metálica que perfora nuestras retinas, de calor, de amor.

Pero hoy todo es gris. Es invierno en el Mediterráneo y hoy están en guerra sin cuartel el blanco y el negro. Hoy es el día de los tristes, de los que pasan desapercibidos, hoy es el triunfo de las vidas sin objetivo, de las existencias sin sentido. Hoy es el triunfo de los maniqueos, del dualismo. Hoy, los dos principios opuestos luchan, irreductibles en su enemistad. Así, Ormuz, encarnación de la luz, se ve atacado por Ahrimán, señor de las tinieblas. Y en medio de esta lucha sin cuartel, que siempre termina con la derrota de la luz, los maniqueos que nos rodean se congratulan de la eterna inocencia del hombre y le perdonan las ofensas cometidas disculpándolas en nombre del Mal que inevitablemente les domina. Todo es gris, ahora. Hasta no hace mucho todo era color de otoño. Y en otoño el mar es verde porque tiene la esperanza de volver a ser azul en verano. Y se pone verde porque no puede evitar querer ser como el cielo. El mar es sinople en otoño. El mar en otoño es moro. Es un bosque lozano donde perderse en momentos de agobio.

Pero hoy todo es gris. Y hoy todo pesa, los límites se borran, se difuminan. Hoy todo es apatía, flojera. La coraza plúmbea del cielo no parece dispuesta a dejar pasar ni el más mínimo rayo de sol. La lluvia humedece mis riñones y los deja doloridos. Es curioso cómo un día gris anima a buscar el calor y el color del rojo. Rojo de fuego. De chimenea. Rojo color de tu hogar, de tus sillones donde refugiarte, envuelto en una amorosa y caliente manta mientras tus pestañas se rizan por el calor que sale del hueco de ladrillos donde se queman los troncos de olivo, impregnando el aire de sabiduría de siglos, de olor de hogar, de historias contadas alrededor del fuego.

Hoy es todo gris. Hasta la espuma que salta al romper las olas. Las gotas que se agarran al cristal de mis ventanas. Mis manos que asen las pluma con que esto escribo. La tinta que araña el papel, el papel de mi cuaderno. Mi ánimo.

Pasan las horas, imperceptibles. El tiempo discurre con un silencio especial los días grises. El tiempo pasa sin dejar huella, sin dejar rastro, sin dejar historia. Es un tiempo que pide perdón por ocupar el tiempo del buen tiempo. Horas, minutos, segundos anodinos, uniformes, invisibles, imperceptibles. Los hechos más gloriosos, los crímenes más horrendos, pasan inadvertidos en días como hoy. Porque nadie quiere fijar su atención en nada que ocurra en días grises. Por eso, si quieres ser un elegido de los dioses, un atleta olímpico o el criminal genocida más odiado, espera a realizar tu hazaña en un día azul o en un día blanco. O espera a la negra noche.

Pero evita los días grises. Nadie te estará mirando.

Hacia el Poniente

La playa está solitaria. Por fin ha salido el sol, tímido, sin fuerza. Pero la luz lo llena todo aunque hace frío. En la orilla, un niño de no más de tres o cuatro años se empeña desde hace un buen rato en apedrear a las olas. Su padre le acompaña y con paciencia vigila los torpes pasos, que muestran un especial empeño en perder el equilibrio cada vez que el niño se inclina, sin doblar las rodillas, a recoger una piedra más. Las elige girando sobre sí mismo, dando la espalda al mar. Las coge a puñados, dejando que la arena húmeda, engrudada, se meta bajo sus uñas, resbale entre sus pequeños dedos con los que hace una criba seleccionando las dos o tres que quedan en su mano pequeña y gordezuela. Con un gesto torpe, dificultado aún más por el chaquetón grueso que lo apresa, acerca la mano libre a la palma de la otra y elige la piedra que va a lanzar. Vuelve a girarse en redondo hacia el mar, trastabillando, y lanza con todas sus fuerzas el proyectil. En cada lanzamiento pierde el equilibrio y cae de rodillas en la arena. En cada caída, las manos de su padre le agarran y, con dulzura, le ayudan a recuperar la posición. Así, poco a poco, pasean ambos hacia la puesta del sol, de levante a poniente, en una ceremonia que se repetirá hasta que el niño se canse o se canse el padre.

Y espectador lejano a la escena, se me antoja esta como una paráfrasis de la niñez, de la juventud, de la vida. En el mejor de los casos, desde niños y bajo la tutela de nuestros padres empezamos a percibir nuestra pequeñez ante el mundo, nuestra debilidad ante la vida. En la niñez nos creemos capaces de apedrear al mar, o a la vida, de domeñar su fuerza, de atemorizar al monstruo que, intuimos, habita en su interior. La inmensidad del enemigo no nos amedrenta. Con nuestro padre al lado nos sentimos seguros, protegidos. Nada nos puede pasar pues nuestra guardia personal vela por nosotros...

Y desafiamos al mar, a la vida, dándole la espalda. Pensamos, creemos que somos eternos, que el tiempo está de nuestra parte. Que somos invencibles. Y tenemos infinitas balas para disparar al enemigo; podemos incluso elegir las que más nos gustan para encararle. No nos rendimos, no doblamos las rodillas. Podemos perder el equilibrio, dar con los morros en el suelo. No importa. El suelo es blando. Siempre lo es cuando somos pequeños. Y levantarnos tras la caída es sencillo. Tenemos todo el tiempo del mundo. Tenemos toda la protección del mundo. Siempre hay unas manos atentas, nobles, seguras y firmes que saben subirnos, levantarnos. Manos pacientes, que nos ayudarán sin importar el número de caídas que suframos. Que nos sacudirán la arena del suelo para que nos levantemos tan limpios e inmaculados como estábamos antes. Manos que a veces, incluso, nos darán alguna piedra que también habrán recogido de la arena, como queriendo recordar aquella lejana playa y aquella época remota en la que también se sintieron inmortales e invencibles, o que querrán acelerar la rendición del niño ante la inmensidad de la vida o del mar. Que las piedras no son suficientes. Ni por muchas ni por grandes. O quizá es que esas manos adultas empiezan a sentir cansancio y quieren volver ya a casa.

Y juntos, siempre juntos, entrelazadas sus vidas por sangre, por coincidencia planetaria o por algún azar del destino, ambos se encaminan, en ese momento como desde el momento de su nacimiento, hacia el poniente. Hacia el ocaso. El paso es firme en uno, vacilante en el otro. Pero es sólo cuestión de tiempo. Dentro de poco se invertirán los papeles. En ese paseo continuo hacia el poniente, el paso firme se transformará en vacilante y el inseguro, torpe, alcanzará su máximo vigor. Y el vigilado vigilará y el vigilante será vigilado.

Y siempre, siempre, el Poniente esperará a que ambos lleguen. Sin prisa. Sin pausa. Al final todos llegamos allá con nuestra moneda en la mano para entregar al Barquero. Todos subiremos en su nave y atravesaremos la laguna. Allá, en el Poniente.

domingo, 4 de marzo de 2012

Aborto post-natal

Durante esta semana, los medios de comunicación se han hecho eco de la publicación, el día 23 de febrero pasado, de un artículo firmado por Alberto Giubilini y Francesca Minerva, con el título "Aborto después del nacimiento: ¿por qué debería vivir el niño?". Ante la amplitud del problema filosófico que plantea el enunciado y, sobre todo, ante la torpeza y manipulación de los medios oficiales, me decidí a buscar el texto en sus fuentes originales, para proceder a la traducción, lectura, entendimiento, meditación y contestación al mismo. El artículo puede encontrarse aquí:
http://jme.bmj.com/content/early/2012/02/22/medethics-2011-100411.full

Las reacciones al mismo no se han hecho esperar, sobre todo las provenientes de la extrema derecha, tanto mediática como de a pie. Divertido, he pasado el fin de semana leyendo exabruptos y estupideces. De mis paisanos y de foráneos con acceso a internet. Cansado, he decidido volcar aquí mis reflexiones. Como siempre, no pretendo ser leído ni contestado. Este blog opera para mí como un diario personal, como un bloc de apuntes y reflexiones. Si alguien lo lee, bien. Si no, también. Por tanto, sin más preámbulos, ahí va mi post de hoy:

Aborto post-natal

Tesis de Giubilini y Minerva:

El aborto está ampliamente aceptado incluso por razones que no tienen que ver con la salud del feto. Demostrando que,

1) tanto el feto como el recién nacido no tienen el mismo estatus moral que las personas, el hecho de que ambos sean personas potenciales es moralmente irrelevante;

2) que la adopción no es siempre la mejor opción para las personas,

Giubilini y Minerva arguyen que lo que se denomina "aborto post-natal" (matar a un recién nacido) debería ser permisible en todos los casos en los que lo es el aborto, incluyendo aquellos en los que el recién nacido no tiene problemas.

Punto de partida del análisis.

Nos enfrentamos a un problema de bioética. Una disciplina emergente que cuestiona y echa abajo la tradición filosófica idealista incapaz de responder a los desafíos que proponen estas nuevas cuestiones, y que sólo una filosofía utilitarista y pragmática puede resolver.

Vivimos todavía en un cuerpo platónico. Un cuerpo esquizofrénico, fracturado en dos partes irreconciliables, una de las cuales ejerce un poder considerable sobre la otra: la carne domina al alma, la materia posee al espíritu, las emociones desbordan la razón.

Pero hoy en día la filosofía judeocristiana dominante evita la lógica duda que la ciencia introduce en nosotros y el Vaticano produce una Carta de los agentes sanitarios que introduce el miedo. Hay que dar por sentado lo peor como cierto e inevitable si aceptamos los progresos de la modernidad. Hay que alimentar el terror ontológico para producir la inmovilidad tecnológica. Como resultado, triunfa el principio de precaución que marca la victoria del conservadurismo y que deriva en una serie de peligrosas consecuencias: mantener al público en la ignorancia, favorecer la estupidez, llevar al colmo el instinto reactivo y primitivo de las masas, ensalzar la oscuridad y condenar el principio de las Luces, poner distancia entre las personas y los especialistas, quemar los puentes que unen el mundo de la ciencia con la gente,…

En la raíz de todo esto se encuentra el desprecio por la gente, el elitismo, el aristocratismo de las castas insensibles, la violación de la que somos objeto por parte de la propaganda cuando apelan a los sentimientos, instintos y pasiones (miedo, temor, angustia, terror), mientras le vuelve la espalda radicalmente a la razón y a su correcto uso.

Este análisis parte del punto opuesto. Este posicionamiento considera de manera frontal, sin condenar a priori los problemas molestos que plantea nuestra época posmoderna: clonación reproductiva y terapéutica, maternidad posmenopáusica, selección de embriones, ectogénesis, eugenismo, trasplante de rostro, cirugía cerebral o cirugía transexual, reproducción asistida, eutanasia, generación post-mortem, aborto post-natal, etc.


Tesis: Feto y recién nacido no tienen el mismo estatus moral que las personas. La potencialidad (de ser personas) es moralmente irrelevante.

Antítesis:

1º.- Consideración de feto y recién nacido como personas potenciales.

El feto, a partir de la semana veinticinco y el recién nacido TIENEN el mismo estatus moral que las personas. Ambos tienen realidad personal y reaccionan a dos tipos de estímulo (base del Hedonismo):

-  la capacidad de sentir placer
-  la posibilidad de experimentar dolor

Luego, es moralmente relevante y es de aceptar su estatus como personas potenciales.

2º.- Consideración de feto y recién nacido como personas reales.

De persona potencial a persona real hay que completar otro proceso. Los derechos de la persona potencial son tales cuando se transforma en persona real; para esto le falta la humanidad, que surge a partir de su relación con el mundo.

La humanidad presupone, por tanto, la capacidad de percibir el mundo, sentirlo y aprehenderlo de forma sensual, aunque sea someramente. Para lograr esto, hace falta cierto grado de desarrollo del sistema nervioso. Como he dicho, a partir de la semana veinticinco del feto en adelante.

Avanzado el tiempo, se definirá (pero ya existe) la humanidad por la triple posibilidad conjunta de:

-  una conciencia de sí
-  una conciencia de los otros
-  una conciencia del mundo

y todas las posibles interacciones:

-  entre sí mismo y sí mismo
-  entre sí mismo y el otro
-  entre sí mismo y lo real

Luego, diferenciaremos:

El feto:
-  antes de su semana veinticinco, no es una persona real (carece de humanidad)
-  después de su semana veinticinco, es una persona real (tiene humanidad: percibe su entorno por tener desarrollado hasta cierto punto su sistema nervioso).

El recién nacido: es una persona real y tiene humanidad, luego es sujeto de derechos.

3º.- Consideración sobre el aborto (pre o post-natal). Válido también para la eutanasia.

A favor de la muerte voluntaria (para sí o para una persona dependiente). Tesis que se inscriben dentro de las enseñanzas antiguas –estoicismo- y modernas –posmodernidad- :

-  no hay obligación alguna de vivir por necesidad
-  es posible elegir perder la vida por propia voluntad
-  el cuerpo nos pertenece y podemos usarlo como nos parezca
-  la existencia no vale la cantidad de vida vivida, sino su calidad
-  morir bien es mejor que vivir mal
-  se vive lo que se debe, no lo que se puede

En contra de la muerte voluntaria (tesis inscritas dentro de la tradición judeocristiana):

-  sufrimiento salvador
-  dolor redentor
-  muerte como pasaje que requiere perdón, reconciliación con el entorno como única condición para alcanzar la serenidad y la paz con uno mismo y que facilita el consuelo en un “después” de la muerte
-  agonía como via crucis existencial

4º.- Enfoque materialista:

El materialismo conduce a la serenidad.
La muerte acaba con todo lo que nos hace gozar o sufrir. Por tanto, no hay que temerle a la muerte.
Es antes cuando produce sus efectos y nos aterroriza con la idea de lo que nos espera.
Lo esencial consiste en no morir en vida.

Si las causas más comunes para el aborto son las anormalidades severas en el feto, los riesgos de salud física/psicológica en la mujer (independientemente de la salud del feto) y las “causas exógenas”: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc…, el problema filosófico se define así: ¿Qué ocurre cuando las mismas condiciones que justifican el aborto son conocidas después del parto?

NO es posible dar una respuesta unitaria que contemple satisfactoriamente todas las posibilidades. Es ahí donde está la trampa y donde se puede caer en una discusión peligrosa. Hay que diferenciar los supuestos uno a uno y emitir tesis que respondan. Por supuesto, el enfoque desde el que se parta incidirá en el resultado.

De ahí este análisis desde el punto de vista materialista y, por tanto, hedonista. Por adscripción y convencimiento particular propongo un análisis tomando como punto de partida el materialismo abderiano, el atomismo de Leucipo y Demócrito, Epicuro y los epicureísmos griegos y romanos tardíos, el nominalismo cínico, el hedonismo cirenaico, el perspectivismo y el relativismo sofista. El imperativo categórico hedonista que me mueve en mi análisis es el de la máxima de Chamfort: goza y haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo: ésa es la moral. Sin goce ninguna ética es posible o pensable.

Este análisis forzosamente ira en contra del idealismo platónico, dominante en la historiografía clásica y que tanta influencia ha tenido y tiene en la filosofía y pensamiento cristiano, que privilegia el dualismo, el alma inmaterial, la reencarnación, la falta de consideración hacia el cuerpo, el odio a la vida, el gusto por el ideal ascético, la salvación o la condena postmortem, tan del gusto de los pitagóricos y de los platónicos. Hay que escapar del pensamiento dominante, que puede dividirse en tres tiempos:

-       el momento platónico
-       el tiempo cristiano
-       el idealismo alemán (Kant y Hegel)


Tesis de situaciones que justifican el aborto post-natal para Giubilini y Minerva:

-       1.-Anormalidades severas en el feto
-       2.-Anormalidades severas sobrevenidas tras el parto
-       3.-Riesgos de salud física/psicológica en la mujer (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud)
-       4.-Causas exógenas: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud)
-       5.-La adopción no es la mejor solución por la angustia psicológica que se produce en la madre que da en adopción (incapacidad de elaborar la pérdida y hacer frente al dolor)

Tesis judeocristiana:

El aborto, en cualquier supuesto, es condenable. Es pecado mortal. No existen condicionantes intermedios.

Tesis hedonista:

Hipótesis 1 y 2: aceptable el supuesto de aborto pre y post-parto.
Hipótesis 3: Decisión exclusiva de la madre
Hipótesis 4: no aceptable
Hipótesis 5: no aceptable

Tesis sobre la Hipótesis 1 y 2:  Anormalidades severas en el feto y Anormalidades severas sobrevenidas tras el parto. La supervivencia tanto en un caso como en el otro implica una condena a la persona humana. El existir presenta unas deficiencias tales en la calidad de vida que, en su conjunto, se preferiría no vivirla. Y esas deficiencias atañen tanto a la persona que nace como a las personas que reciben esa nueva presencia. Se debería mitigar la idea de la muerte con una terapia activa aquí y ahora, sin inducir a morir en vida a fin de partir mejor cuando llegue el momento. Hay que rechazar el dolor y el sufrimiento como vías de acceso al conocimiento y a la redención personal. En la vida de una persona el cuerpo desempeña un papel protagónico. Toda filosofía se reduce a la confesión del cuerpo, a la autobiografía de un ser que sufre. El pensamiento emana, pues de la interacción de una carne subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene. No desciende del cielo, a la manera del Espíritu Santo, lanzando lenguas de fuego sobre la cabeza de los elegidos, sino que surge del cuerpo, brota de la carne y proviene de las entrañas. Lo que filosofa en el cuerpo no es otra cosa que las fuerzas y las debilidades, las potencias y las impotencias, la salud y las enfermedades, el gran juego de las pasiones corporales.

Vivimos en una época nihilista que anuncia el fin de un universo y la dificultad de llegada de otro. Vivimos en un período intermedio y por tanto en una confusión de identidades entre dos visiones del mundo: una judeocristiana y la otra, aún no nombrada, que llamaré postcristiana. En este batiburrillo, la incapacidad para distinguir con claridad contornos éticos y metafísicos. Falla la cartografía. No hay brújulas. La descristianización es aparente. El Papa (los Papas) ha hecho más a favor de ello que cualquier ateo o agnóstico con tribuna. Pero esta impresión de retirada del cristianismo es una ilusión. Siguen perdurando las lógicas que desde hace veinte siglos impregnan de modo fundamental el funcionamiento de la sociedad europea. Los valores permanecen inalterados (honrar a los padres, amar al prójimo, consagrarse a la patria, familia heterosexual, amor al trabajo, preferir las virtudes a la maldad, etc). El adversario metafísico está menos en el Vaticano que en la conciencia e inconsciencia de la gente, que sigue transmitiendo estos valores de forma irracional. De ahí la necesidad del enfoque hedonista.

El sufrimiento, en la ética hedonista, encarna el mal absoluto. El sufrimiento será el punto de partida de este análisis. Para que una vida sea digna, para que merezca la pena ser vivida, la suma de placeres debe ser mayor siempre que la suma de los displaceres. Sufrimiento, pues, como mal absoluto. Tanto el experimentado como el infligido. En el caso del nacimiento de un niño con problemas, en el caso de un embarazo no deseado, en el caso de advenimiento de problemas mayores por dar a luz que por no hacerlo, se dan los dos factores: sufrimiento experimentado y sufrimiento infligido. La aritmética es sencilla.

El bien absoluto coincide con el placer definido por la ausencia de perturbaciones, la serenidad adquirida, conquistada y mantenida, y la tranquilidad de alma y espíritu. Y además, el placer nunca se justifica si el precio es el displacer del otro. El otro me requiere ante la perspectiva de una relación exitosa capaz de causar mi satisfacción. Su placer es constitutivo del mío. Lo mismo que su displacer.

Consideremos el aborto post-natal (Hipótesis 2) como una eugenesia. En sí, la eugenesia se define como una técnica que permite producir una descendencia en las mejores condiciones para el individuo (salud privada) o la colectividad (salud pública). Por su uso, puede ser liberal, si sirve para generar el máximo de beneficios para los laboratorios al comienzo de los procedimientos; racial, si (a la manera nazi) aspira una humanidad supuestamente regenerada y purificada de sus pretendidas miasmas; católica, cuando promueve el estricto respeto por la vida transformada en una especie de fetiche por un culto de índole pagana, al punto de alabar los productos patológicos de la naturaleza como pruebas que envía Dios; consumista, cuando pone la técnica al servicio de fabricación de envolturas según los cánones del momento (rubias de ojos azules de grandes tetas y encéfalo pequeño, etc.). En todo caso, opciones moralmente indefendibles. Por tanto la eugenesia sería condenable por el epíteto que la califica.

Pensemos en la eugenesia libertaria. ¿Qué significa? Una estrategia de evitación y un objetivo muy simple: aumentar las posibilidades de la presencia de felicidad en el mundo, partiendo del principio de que la enfermedad, el sufrimiento, la minusvalía, el dolor físico o psíquico, merman la alegría de la potencialidad existencial. Así pues: disminuir las posibilidades de la presencia de dolor en el mundo.

El eugenismo libertario no produce subhombres ni superhombres, sino sólo hombres: permite una igualdad de acceso a toda la humanidad; rectifica las injusticias naturales e instaura un reino de equidad cultural. Luego, no bien llega el ser al mundo, permite una medicina predictiva antes de que se declare la enfermedad, que así puede impedir; elimina, por lo tanto, tratamientos dolorosos e incapacitantes, las numerosas patologías ligadas a las curas, como también los efectos secundarios de los que nunca habla la industria farmacéutica.

La medicina transgenérica que acompaña a la eugenesia libertaria frena la omnipotencia de la medicina agonística que, la mayor parte del tiempo, combate el mal con otro mal. Define una medicina distinta, pacífica, que neutraliza la aparición de la negatividad a la manera de las artes marciales.

Tesis sobre la Hipótesis 3: Riesgos de salud física/psicológica en la mujer (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud). Hay que dividir la casuística:

-Riesgos de salud física para la madre para estado de feto con buena salud: debe ser la madre quien decida libremente.

-Riesgos de salud física para la madre para estado de recién nacido con buena salud: aunque a priori no consigo imaginar ninguno, la madre deberá decidir libremente

Tesis sobre la Hipótesis 4: Causas exógenas: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud). Debemos, para plantear la tesis, realizar una pregunta previa: ¿Por qué tener hijos? ¿En nombre de qué? ¿Para hacer qué? ¿Qué derecho tenemos de traer a la nada a un ser al que sólo le proponemos una breve estancia en la tierra antes de retornar a la nada de donde proviene? En gran parte, engendrar corresponde a un acto natural, a una lógica de la especie a la que obedecemos ciegamente, cuando semejante operación, pensada desde el punto de vista metafísico y real, debería responder a una elección razonable, racional e informada.

Hay que medir las consecuencias de infligir la pena de vida a un “no ser”. ¿Es tan extraordinaria, alegre, feliz, lúdica, deseable y fácil la vida que les obsequiamos a los cachorros de hombre? ¿Es necesario amar tanto la entropía, el sufrimiento, el dolor, la muerte que, a pesar de todo, ofrecemos ese trágico regalo ontológico?

El niño que nada ha pedido tiene derecho a todo, en especial a que nos ocupemos de él de forma total y absoluta. La educación no es crianza, aquello que suponen los que hablan de educar a los hijos, sino la atención a cada instante y a cada momento. El adiestramiento neuronal necesario para la construcción de un ser no tolera ni un segundo de desatención.

Se necesita bastante inocencia e inconsecuencia para emprender la construcción de un ser cuando a menudo, muy a menudo, no se dispone siquiera de medios para una escultura de sí o de una construcción de su propia pareja en la forma que conviene a su temperamento. Ya lo dijo Freud: se haga lo que se haga, la educación es siempre fallida.

En cualquier caso lo que importa es no contraer un compromiso que esté por encima de lo que se puede cumplir. El contenido del contrato no debe exceder las posibilidades éticas de los participantes. La libertad de elegir incluye la obligación de cumplir.

Hemos referido más arriba la frontera de la semana veinticinco para poder evaluar y posicionarse ante una nueva situación. Veinticinco semanas de reflexión deben ser suficientes para firmar un contrato con esa persona en potencia. Si la meditación da como resultado la decisión de abortar, no existe reproche moral. Si el resultado es lo contrario, se produce un contrato. Aquí no caben los cambios de idea o los caprichos infantiles. El contrato, el compromiso, debe ser respetado. No puede existir un amparo legal o conceptual para proteger veleidades o inconsistencias. Y, llegado el caso fatal, la opción de adopción debe ser contemplada, lo que inhabilita la Hipótesis 5ª.


Tesis sobre la Hipótesis 5ª: La adopción no es la mejor solución por la angustia psicológica que se produce en la madre que da en adopción (incapacidad de elaborar la pérdida y hacer frente al dolor). Inaceptable contemplar el aborto post-natal como mejor solución para evitarle, a la madre que no ha respetado el contrato o el compromiso contraído en el momento de la concepción del recién nacido, la angustia psicológica que se deriva de dar en adopción a su hijo. Habría que contrapesar la angustia psicológica de suprimir una vida sana. El remordimiento. Los fantasmas de la culpa. Me pregunto cómo se elabora la aceptación de una decisión de suprimir una vida por motivos como cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… Volviendo al enfoque hedonista, si mi renuncia a la educación y cría de mi hijo me genera más satisfacción que dolor, si mi entrega a otras personas dispuestas a darle lo que yo no estoy dispuesto genera más satisfacción a ellas que dolor, si la aritmética de toda la operación es más positiva que negativa, entonces la adopción, en contra de las teorías promulgadas por Giubilini y Minerva, es una opción más válida que la eliminación de una vida.


jueves, 1 de marzo de 2012

La catarata domesticada


Cuerpos separados que se encuentran
horas que se espesan en la ausencia.
Piel erizada por la promesa sugerida
ropajes que nunca acaban de caer.
 
Una puerta se entreabre temerosa
en busca del rictus de tus labios,
de la ansiada señal que abra
el paraíso prohibido de mis sueños
 
El borroso perfil de tu cuerpo
se dibuja entre agua y vahos;
el ébano claro de tu piel
desliza la espuma que blanca se recorta
 
La mano que otras veces me busca
aparta el telón de agua, y tu sonrisa
limpia y blanca, me invita
a sumergirme en el descanso mojado.
 
Desnudo entro, desnuda me recibes.
Mis manos cobran vida propia
Buscan rincones intactos en
la lozanía de tu mapa.
 
La película de agua
que resbala hacia el suelo
tras haber cubierto y lamido
cada una de tus estribaciones
 
El aire que te envuelve
apoderándose de aquello que yo
querría más que nada
y que se alza como barrera
 
Mi estilete que se afila
respondiendo a los ecos
de la vieja llamada
que se hace voz en tu caverna
 
Labios que se agreden
buscando apaciguar esta lucha
lenguas que se enroscan
sobre lenguas que se buscan
 
Ansias nunca apaciguadas
movimientos sabios siempre nuevos
ímpetus que chocan en tus ímpetus
llamas que arden bajo el agua
 
Coreografía de amor vertical
bajo la catarata domesticada
giros de cuerpos centrípetos
centrifugando un amor animal
 
Me ofreces la extensión vasta de tu espalda,
allí donde puedo perderme
y quiero ser el agua misma
y escurrirme por entre el desfiladero
 
Espalda que recorren ojos y manos
y boca y lengua y piel y sueños
Punto de fuga y de encuentro
punto de cielo y mi infierno
 
La luna partida de tus nalgas,
la llena redondez de mi destino,
inmediato y cierto, como la dureza de mi sangre
que llena el arrebato
 
Arco formado por piernas que se abren
Termópilas hollada con torpeza
injerto de mi piel en tus adentros,
calor de llama que me quema.
 
Vaivén en la locura que me embarga,
surtidores de agua repentinos
sonidos de charcos violentados
pulsiones de golpes tan divinos.