martes, 21 de abril de 2015

Mi vida como una hormiga (II)

Otro día en el paraíso. A las cinco de la mañana me despierta mi estupenda mujer para devolverme a la realidad. Mecánicamente entro en la ducha mientras vuelvo a ver reflejada en el espejo del baño mi figura deformada por esos jodidos michelines que no logro eliminar. Al menos, mi polla sigue levantándose dura y emergiendo gloriosa debajo de mi abultado ombligo.

Hoy voy a joderle la vida a otra persona. Me meteré en el cuerpo más de dos mil kilómetros para hacer que alguien más engorde las filas del paro. Sostenibilidad, equilibrio económico, crisis,... la misma mierda de siempre. Además, me reúno con otro grupo de hormigas que quieren dejar de serlo, llevadas por mis promesas de enriquecimiento instantáneo y milagroso.

Desayuno de manera descuidada, a pesar de mis michelines. Como siempre, tras el café mataría por un cigarrillo, pero lo he dejado. Puta vida. Cago como un bendito leyendo a Bukowski y se me va la noción del tiempo. Mierda. Tendré que correr camino de la estación. Correr para no perder un tren que no quiero coger. Que me va a llevar a un sitio al que no quiero ir para hacer algo que no quiero hacer. Puta vida.

De nuevo en la estación, me sumerjo en otro hormiguero. Trajes azules y grises, corbatas siempre mal anudadas, obreros de cuello blanco por todas partes. Que os jodan. Hago lo mismo que vosotros. Cabeceo sumiso ante el mismo amo. Tengo vuestros mismos miedos. Pero al menos ya no llevo vuestros uniformes. No me ahorco con una cuerda de seda. Permito con ello que mi cuerpo esté conectado con mi cabeza y nos movamos sincronizados. No como vosotros que usáis la corbata para impedir el riego sanguíneo a vuestra cabeza. Para desconectaros del mínimo pensamiento crítico y convertiros en zombies obedientes. Para evitar el regusto del asco. Ese asco que yo vomito en el papel. Por lo menos me queda esto.

Quizás esta vez sí lo termine. Quizás esta vez pueda convertirse en algo parecido a un libro. Se agolpan en mis estanterías cuadernos llenos de pensamientos, de reflexiones. No tengo ni puta idea de cómo hacerlo, pero a veces me asalta la entonación de que consigo que me publiquen algo. Que dejo de trabajar como una hormiga. Dedicarme sólo a escribir. A vomitar todo el odio que llevo dentro. Escribir, vivir, follar con mi mujer. Volver a fumar. Ser un autor maldito. Que me paguen por escribir lo que pienso, pero callo. Callo porque lo que pienso no gusta. Y tengo que gustar a algunos gilipollas para que me paguen para poder vivir.

Sigo en el tren. Hoy soy el destino de alguien. Soy un punto de inflexión en la vida de otra hormiga. De otra víctima. No me gusta mi papel ¿Y a quién le importa?. Que me jodan.

Estoy ahora sentado en un banco del Carrer de la Marina. Barcelona. A mi derecha, la Monumental. A mi izquierda, las agujas de la Sagrada Familia, siempre escoltadas por las agujas amarillas de las grúas. En el fondo, la Sagrada Familia es todo el conjunto visible: la piedra y las grúas. Veo pasar a los verdaderos pobladores de esta ciudad: los japoneses. Estoy a diez minutos de enfrentarme con mi nueva víctima. Joder, cómo me apetece un cigarrillo. Joder, qué poco me apetece este futuro inminente. Me tiro algunos pedos mientras escribo esto, sin duda fruto del estómago revuelto que tengo. Quisiera parar el puto reloj, como en el bolero, pero es imposible. He intentado sacar algunos euros del cajero con la tarjeta de empresa y me ha devuelto un mensaje siniestro. No hay fondos. Estupendo. Otra vez tengo que financiar esto de mi propio bolsillo, confiando en que me devuelvan el dinero cuando regrese a la empresa. Bonita jodienda. Llamo a las oficinas centrales y me justifican lo injustificable aduciendo que hemos tenido que pagar una tarjetas de visita. Las nauseas que siento tienen un origen muy concreto... vienen del vértigo generado por un desastre que presiento muy cercano.

Estación de Sants. Esperando a otra hormiga incauta. Acabo de cometer la tropelía. Una más. La boca me sabe a pedernal. Es el regusto de la injusticia. Otra cara de sorpresa, de angustia, de desconcierto... Otro fantasma más para mi galería nocturna de pesadillas. Mentiras. Apestosas trolas. Motivos económicos. Nada más.

-¿Pero ha habido algo en mi desempeño que haya motivado este despido? - me pregunta la hormiga.

- Nada. Créeme. Si no fuera por la crisis, esta situación no se habría producido. Profesionalmente tu comportamiento ha sido intachable. - Mientras piensas, "joder, deja ya de hacerme preguntas. ¿No ves que no hay remedio? Coge el puto dinero y corre. Corre hacia tu destino. Corre hacia tu futuro. Con nosotros no podría ser más negro. Salta de este tren antes de que descarrile".

Pero lo que realmente dices es: "no debes hacer de esto un drama. Piensa en ello más bien como en una oportunidad. Ahora podrás dedicarte en cuerpo y alma a tus estudios. Además, en caso de que la situación cambie, eres mi primera opción en la lista de contrataciones. No puedo pensar en nadie mejor".

Y no me gusta estar sentado más tiempo en esta mesa. Almorzando con mi víctima, haciéndole aguantar mi presencia y aguantando yo la suya. Como mi nueva hormiga me está esperando en Sants, pago rápidamente la minuta del repulsivo arroz que apenas he engullido y pongo pies en polvorosa.

Suena el móvil. Estoy dentro de las tripas de Barcelona, esperando el vagón de metro que me lleve a mi próxima cita. Estación de la Sagrada Familia.

-¿Cómo ha ido? ¿Cuántos?

Cuántas hormigas he conseguido encantar en tu nombre, grandísimo cabrón.

-En mi opinión, diez más.

-Muy bien.

Detecto en tu voz que tu podrido cerebro se ha puesto en modo caja registradora.

-¿Y qué han preguntado?

- Aspectos poco relevantes. Preguntas técnicas. De operativa. Nada de lo que nos tengamos que preocupar.

-Perfecto. Esto marcha.

Sí. Marcha para ti que tienes el culo gordo repantingado en mi antiguo sillón. Hasta eso me has usurpado.

-¿Y el despido?

Pensaba que no me ibas a preguntar, cacho mierda. Un desastre. Un caos. Una ejecución. Un palo más.

- Bien. Sin complicaciones. He aducido las razones económicas y no ha habido mayor complicación.

- Ok. Me alegro. Estamos en el buen camino. Eliminando grasa.

Grasa. Tocino. Hijo de puta. Eso somos para ti. Grasa eliminable que estorba tu grácil y etérea carrera hacia la tumba.

- Bueno - dije yo-. Indudablemente son menos costes fijos. Pero ella está razonablemente bien. Le he dejado una puerta abierta y la posibilidad de subirse al nuevo proyecto.

- Todo suma. Todo suma.

No, cabronazo. Tu restas. Tu multiplicas por cero todo lo que tocas. Está en tu pútrida naturaleza.

- ¿Sabes? - me interrumpe los pensamientos. He descubierto que aún podemos maquillar más las expectativas que tienes que ofrecerles. Podemos demostrar más beneficios.

- Ok. Está bien. Ya me contarás cuando llegue.

- Y aquellos rendimientos extraordinarios que en un principio prometí a nuestro socio catalán, he estado toda la noche reflexionando...

Y una mierda. Deja de venderme tus noches en blanco. Seguro que estuviste aguantando a la bruja con la que vives.

-... y he decidido no dárselos...

No sé por qué no me extraña. Tramposo cacho de excremento.

- ... en su lugar, voy a nombrarle vicepresidente asociado y a pedirle que nos represente e impulse nuestro proyecto...

Querrás decir mi proyecto.

-... en unas zonas que voy a definir. Por supuesto, a ti voy a nombrarte vicepresidente general. La máxima figura después de mi...

¿Y a mi qué cojones me importa? Llevo en esta puta empresa cuatro años y sigo cobrando lo mismo que el maldito día que puse un pie en ella. Mi viejo me enseñó un aforismo que me gustaría grabarte con un punzón en tu fea cara, grandísimo cabrón... "don sin din, cojones en latín". Me aburres. Me asquea pensar que piensas que tienes capacidad para engañarme. Ni una sola vez. Ni una, me has cogido por sorpresa. Te calé desde el primer día.

-... y los demás serán vicepresidentes asociados. ¿Qué te parece?

- Una propuesta difícilmente rehusable. Propia de tu generosidad.

¿Es que eres tan tonto que nunca vas a captar la ironía, jodido gilipollas?

- Bueno, te dejo. Que tienes otra reunión. Mucha suerte. Llámame cuando termines.

Y una mierda. Por hoy se acabó. Corro a refugiarme en mi tren. Allí no tengo cobertura para ti. Allí podré hablar con mi mujer, prepararme para volver a ella. Me sumergiré en mis lecturas. Escribiré si consigo enlazar un par de ideas coherentes y, con un poco de suerte, si proyectan algo decente, me alienaré con alguna película. Por hoy he acabado con esta farsa. Mañana volveré a impostar mi papel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario