sábado, 11 de febrero de 2012

Perjudicar la estupidez. A favor del Juez Garzón (1ª parte)


Objetivo nietzscheano por excelencia. De lo contrario, ésta (la estupidez) triunfará sin reserva y a tal punto, que los autoritarismos de antaño parecerán suaves y pálidos en comparación con estos de ahora, que están consiguiendo someter los cuerpos, sin duda, pero también y sobre todo las almas. El fascismo del futuro (si no del presente ya) no se conforma con el sojuzgamiento de los cuerpos, sino que dispone de medios para lograr también el de las almas. Intentan engañarnos celebrando el cuerpo con el más vulgar de los hedonismos, que el mercado elogia y festeja: consumir, tener, poseer, esto es lo que exime de ser o lo que lo sustituye. Así, divididos en una relación egocéntrica y narcisista, convertidos a esta nueva religión del amor a nosotros mismos, los fieles olvidamos que también tenemos un alma. A falta de estímulo (falta intencionada, provocada por ellos) el espíritu es pura y simplemente inexistente. Y de la falta de espíritu, el rebaño. Rebaño que se forma tras los fascistas. Rebaño formado por aquellos a quienes se ha privado de medios decentes de vida y de supervivencia o por los que temen un día ser privados de ellos. Personas que temen por su salud, su jubilación, su futuro, y recortan de lo necesario para vivir o sobrevivir, siquiera modestamente, incluso pobremente.

Y del rebaño, uno solo espera lo peor. Porque entre ellos, que sólo esperan un jefe y una oportunidad para marchar al paso, o desfilar, estarán también quienes hayan sido privados de cultura, saber, memoria, inteligencia. Peor aún, los que en lugar de estas virtudes dispongan de un catálogo de referencias de combate al uso fascista: los racistas, los sexistas, los misóginos, los entusiastas de la lucha contra el aborto, los enemigos del matrimonio homosexual, los defensores encarnizados del papismo, los enemigos de la memoria histórica, los militaristas, los negacionistas, los revisionistas,…  Toda inadecuación del derecho positivo al derecho natural, toda fisura que se abra entre las exigencias de la justicia y la equidad y los reclamos que la política se esfuerza en no ofrecer, toda negativa a poner la política al servicio del individuo, acompañada de la empresa inversa de someterlo permanentemente a aquello que lo devora, todo eso aumenta el agujero negro en el que tantos hombres y mujeres se han hundido, todos ellos ávidos de hacer prevalecer la vida sobre la barbarie y el horror, la ferocidad y la inhumanidad. En ese mismo agujero es donde se está tratando de arrojar hoy, en este país, al juez Baltasar Garzón.

Mantengamos por tanto, hoy, algo de fidelidad a quienes, como él, han tenido la valentía de precipitar allí (a ese agujero negro) su cuerpo, su alma, su juventud, su vida, sus recuerdos, su pasado, su futuro, su valía, su empeño…

Esto es una llamada. Sea cual sea el partido gobernante, sea cual sea la situación, el poder del individuo consiste en oponer una resistencia determinada, una insumisión feroz a lo que exige la autoridad. Llamo a la rebeldía. El individuo rebelde debe prepararse para ejercer una tarea infinita. Y estar alerta. Porque este poder ejercido por los “amos” –lacayos ellos mismos del sistema, que sabe quitárselos de encima en el momento oportuno, cuando la productividad o la eficacia disminuyen- se justifica y legitima por medio de ideales, en virtud de universales, de trascendencias que exigen y necesitan para bien de quienes los sufren (nosotros): lo Justo, lo Verdadero, lo Bello, la Ley, el Estado, el Saber, el Orden, la Seguridad, el Derecho, la Moral y otras mitologías con que perpetúan los sometimientos.

Despertemos de una puta vez: el infierno vivido y habitado hace legítimo y deseable un mundo en el que se trate de evitar el retorno de cualquier cosa que se le parezca, a toda costa. Ya está siendo habitual en el mundo y en este país que la política se postule como un arte de someter al individuo y de convertirlo en sujeto, destruyendo al individuo, reciclándolo, integrándolo en una comunidad proveedora de sentido. Todas las teorías del contrato social se apoyan en esta lógica: fin del ser indivisible, abandono del cuerpo propio y advenimiento del cuerpo social.

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